viernes, 8 de febrero de 2008

De lo único que podemos estar seguros

Tenía que prender una vela para sobrevivir a la voracidad vacía de la noche. No sabía por que una vela. Sin embargo, agradecía el conocimiento biológico que apareció a la hora precisa y le mostró cómo sobrevivir a las horas que se avecinaban. Repegadas como polillas a las puertas y ventanas, esperaban el momento justo para entrar e inundar cada estancia de la casa. Se sentía en el aire; las fuerzas ocultas que habitan incorpóreas desde siempre en el viento se encontraban intranquilas. Sin voluntad alguna, romperían el débil equilibrio que hace años se había resignado ya a desaparecer, como un enfermo terminal que se va despidiendo poco a poco, casi imperceptiblemente de la vida, hasta que queda en el lecho de muerte sólo la cáscara del que fue. Dentro de sí ocurrió un pacto; la tranquilidad y la ansiedad se unieron ante el advenimiento, dando origen a aquello que encendió una chispa filosa y serena en sus ojos. Tuvo la sensación de que alguien en una azotea cercana, rodeado por la frescura de la noche, cantaba o se imaginaba una canción que parecía hecha de seda con hilos de plata, la cual se repetiría hasta el final del mundo de las azoteas y las figuras solitarias:

Quiero viajar en el río que me envuelva en su raudal.

Quiero ser el suspiro del ocaso al repuntar.

El ambiente se mantenía cálido y los objetos con los que compartía la habitación se erigían como testigos mudos, ni jueces ni cómplices, sólo testigos, de lo que sabía (sabían) que iba a pasar. Le hubiera gustado poder cambiar esa situación por algo equivalente, algo fijado en su memoria: una familia, tiempo atrás, reunida temerosa en el refugio de su casa y esperando la llegada de un huracán o una bomba. Le hubiera gustado ser esa familia, le hubiera gustado un huracán, le hubiera gustado que todo mejorara después.

Malo no es que pase algo Malo/Malo es que no mejore después.

Pensó en todas las viejas de todas las calles que, después de haber vivido y haberse ganado sus arrugas, rellenan los rincones del olvido convertidas en murciélagos de papel quemado y que de vez en cuando privilegian a algún pasante con el brillo de su mirada, burlándose de la contrariedad del tiempo, irreversible, irreversible.

Todos somos pedazos de carne, unos más pedazos que otros.

Dio el último trago a lo que se suponía era café. Miró la vela que tenía enfrente, la única vela que encontró en toda la casa. Qué suerte haber ido a ese bautizo. La gente regala ese tipo de cosas en las bodas también. En los funerales regalan lágrimas, en las despedidas, promesas y en las promesas, descanso.

Nunca he descubierto figuras en las nubes, nunca. Pero sí la armonía secreta del baile de las luciérnagas.

Eres el eneatipo número tres, según la filosofía Sufi. Existen nueve eneatipos, prototipos de personalidades, de los cuales se derivan…

Tercera llamada y se abre el telón. Bienvenido, bienvenidos, a lo único de lo que pueden estar v-er-da-de-ra y ab-so-lu-ta-men-te
seguros